Calmados ya los ánimos, y viendo algunos haraquiris extemporáneos, hemos presenciado una coronación asistida, corona que cambió de cabeza pero que no cambiará nada sustancial, el 17 de enero, no hubo cambios ni transformaciones, solo el sobre azul vía elecciones democráticas de los administradores del boliche.
Este cambio responde netamente a 20 años de administración y profundización del modelo económico y social que le pavimentó el camino concesionado al triunfo del especulador de la derecha, todos estamos de acuerdo que no es cualquier derecha, sino la más neoliberal y retrograda de todo el mundo, pero esa derecha no sería cualquier derecha si no existiera una coalición de “progresistas” de centroizquierda que no difiere en nada de esa derecha tan peculiar criolla en los tópicos más importantes para el destino de una nación, tales como institucionalidad política y modelo económico.
El progresivo acomode de la concertación con el modelo heredado de la dictadura, fue moldeando una cultura no ciudadana, sino una cultura individualista, arribista, consumista, inculta, sin noción de comunidad, que busca siempre tener más a expensas del otro, donde lo solidario se recuerda cada dos años con la teletón, y lo importante es ser más parecido al millonario que ves en la televisión, o al “emprendedor” de clase media que le “pegó el palo al gato” entre tanto negocio que hubo en el periodo oscuro de nuestra historia reciente.
A todas luces es una cultura de derecha, que se basa “en el esfuerzo individual, y no en la lucha de clases” como señaló acertadamente Pablo Longueira, senador de la UDI[1]. Y es esto lo que la concertación consiguió, instaurar una cultura de derecha que se basa en el individualismo[2] como fuente de movilidad y ascenso social, porque durante estos años nunca oí hablar de cooperativismo y asociatividad a algún “progresista”, ellos prefierieron las grandes inversiones extranjeras en nuestro país, prefierieron los créditos blandos del Banco del Estado al Banco de Chile para que este comprara el Banco Edwards, otros “progresistas” prefirieron migrar de superintendencias a directorios de grandes empresas.
La clase trabajadora fue asimilando lo que le entregaban los medios de comunicación de derecha, creyó que el problema es la delincuencia y no la desigualdad en el ingreso o la falta de educación o la discriminación social. Creyó que todo se solucionaba golpeando la mesa y no debatiendo como se hace en cualquier democracia moderna. Creyó que la política la hacen los “señores” políticos y no los dirigentes sociales, mucho menos quienes los miran por televisión; creyó que la cultura es el carrete en la discoteca de moda que muestra el canal del especulador en vez de sentarse a leer un libro de Mistral. Creyó que tenemos un país de lujo, laureado por todo el mundo, que ha hecho “una revolución” en estos 20 años -dixit Lagos- de la cual yo me he perdido.
Pero lo que no muestran los medios de comunicación y que tampoco hablaron los “progresistas” durante 20 años, es que Chile aun mantiene resabios autoritarios y dictatoriales, como una Constitución antidemocrática y un modelo económico neoliberal, que juntos amparan las desigualdades, que no le permiten al estado participar activamente en la economía, que siempre beneficia a los grandes empresarios y deja a la deriva a los trabajadores y empresas pequeñas, que deja la educación al libre albedrío del mercado, los especuladores y el lucro, que abusa del medioambiente como se abusa de los intereses usureros, y un largo etcétera, por los que nunca dijeron nada estos “progresistas”.
La batalla cultural se dio en todos los frentes, y en todos ellos la derecha tuvo como un aliado faldero al “progresismo” nacional, ellos crearon medios de comunicación donde imponen su verdad, mientras el “progresismo” cerraba medios de comunicación y cortaba las antenas de las radios comunitarias, los periódicos se monopolizaron en dos grandes familias aristócratas nacionales llegando incluso a comprar los diarios regionales. Con las leyes de Pinochet que siguieron rigiendo, ellos crearon universidades privadas que son verdaderos negocios en el que los “progresistas” pusieron su parte con la subvención y el crédito con aval del estado.
Múltiples son las causas que ponen a la concertación como autor material de lo que el marketing político llamó “cambio”, sí es un cambio, y el más terrible no es el de gobierno, sino el cultural que se inició en las sombras de la dictadura y que la concertación terminó de consolidar entregándole la administración del boliche a sus propios dueños.
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